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Esta mujer tiene un efecto es sedante. El tono de voz, la cadencia, la mirada mientras escucha, todo hace que te aflojes en su presencia. Cuatros años después de una entrevista por Zoom previa a la pandemia, esta se realiza en persona (por fin) en la sede de la editorial Siruela en Madrid. Kathryn Mannix (Cheshire, 1959), doctora experta en cuidados paliativos, viene a presentar su segundo libro, «Las palabras que importan», publicado en Reino Unido en 2021. Se ha convertido en brújula de terapeutas, policías, personal sanitario, funcionarios de prisiones y cualquiera que tenga que mantener una conversación difícil en un momento complicado. ¿Quién escapa a esto alguna vez en la vida?

-¿Cuál ha sido su conversación más difícil?

-Me lo preguntan mucho. A mí no me gusta el conflicto, pero he aprendido que no pasa nada por estar incómodos, no nos va a ocurrir nada. Muchos temen hablar de la muerte y luego ven que no es tan terrible. He mantenido miles conversaciones de ese estilo y no me he acostumbrado nunca porque para el otro es la primera. Mi voz se torna temblorosa y se me saltan las lágrimas, pero a los interlocutores no les importa porque significa que estoy presente con ellos. Una vez evité decirle a una mujer que se estaba muriendo porque no era mi paciente y me resultaba insoportable. Falleció durante la noche, no se pudo despedir de nadie. Es algo que nunca voy a poder arreglar. Hay que hablar de la muerte y pronunciar las palabras en voz alta.

-En el libro anterior nos contaba cómo es la muerte de cerca, pero no decía cómo debemos hablar sobre ella.

-Justo. Mucha gente que estaba cerca de la muerte me escribió después para decirme que no sabían cómo referirse a ello con sus familiares, que no les dejaban expresarse ni comentarlo. Así que pensé que ahí había otro libro. En enero de 2020 firmé el contrato, tenía un año para escribirlo y entonces llegó la pandemia. No pude escribir nada. Me presenté voluntaria al Departamento de Salud y me dieron una tarea preciosa: elaborar una guía práctica que sirviera de brújula para que los sanitarios supieran comunicarse con las personas que agonizaban y sus familiares. Había enfermeras, cuyo trabajo hasta entonces era tratar con gente sana, en primera línea en las UCI. No habían hecho nada parecido antes. Eso me hizo pensar mucho en las conversaciones difíciles. Después de la primera ola de Covid me quedaron cuatro meses para el libro, pero llevaba todo el año concentrada en ese tema.

-¿El Covid ha cambiado nuestra manera de hablar sobre la muerte?

-Creo que lo hizo durante un tiempo, pero no duró mucho. Perdimos una gran oportunidad de cambiar las cosas porque estábamos centrados en apagar el fuego. Sin embargo, sí creo que hemos desarrollado ciertas habilidades a la hora de escuchar a personas que sufren que nos serán muy útiles.

-¿Qué tipo de habilidades?

-Sobre todo que no se trata de arreglar nada, no se puede solucionar el duelo de alguien que ha perdido a un ser querido. Esa muerte es para siempre. Lo que necesitan los familiares es que alguien les escuche de verdad, que les dejen hablar sobre quien ha fallecido.

-Mucha gente murió sola, que debe de ser la peor manera de hacerlo.

-Terrible. En muchos sentidos, aquello fue como una guerra, donde los soldados mueren en ultramar y no los vemos ni quizá recuperemos sus cuerpos. Fue un duelo a escala nacional, todo el país se había visto afectado de manera directa.

-¿Hay algunas palabras prohibidas en conversaciones dolorosas?

-No me parece que sea muy importante. Si estamos muy pendientes de las palabras estaremos pensando en eso, puede incluso que nos escribamos un pequeño guion y no querremos que se nos olvide nada... En cambio, si nos presentamos a la conversación con la voluntad de estar completamente ahí para la persona, sin armadura ni defensa, sabiendo que será una charla con emociones intensas, en lugar de estar centrado en mí lo estaré en la otra persona. Escuchando de verdad las palabras llegan solas.

-Parece mentira que necesitemos tanta ayuda para hablar con el otro.

-Ha cambiado mucho nuestra forma de vivir, somos cada vez más individualistas. Todo va sobre uno mismo, no sobre nosotros. Cuando piensas en la gente que te marcó en la adolescencia y la juventud, tus padres, algún profesor, normalmente son los que estaban más interesados en ti, que te veían y sabían en lo que podías convertirte. El individualismo feroz impide que florezcamos, hemos evolucionado como especie porque colaboramos. El que iba a cazar por libre, sin el grupo, acababa muriendo. Estamos hechos para cuidar los unos de los otros, es nuestra naturaleza.

-¿Es que no somos capaces de soportar el malestar del otro?

-Si, es una explicación. Y cuanto más cerca estemos del otro personalmente, más le invadimos, más tratamos de arreglarlo. La verdad es que a nadie le gusta que le den consejos y solo aplicamos los que nacen de nosotros mismos. La persona que nos ayuda es la que escucha, la que nos sirve para colocar todas las piezas encima de la mesa y entonces somos capaces de recolocarlas.

-¿Cuáles son los peores errores?

-Hay dos principalmente. Tratamos de tranquilizar al otro, decirle que no se preocupe, que todo va a salir bien. ¡Eso no lo sabemos! Y, aunque acabe bien, eso no quita que la persona sufra. La otra es querer solucionar el problema, empezar a ofrecer recetas sin que el otro haya terminado siquiera. Es como dar empujones a la conversación.

-Luego están los que dan ejemplos propios, a ellos siempre les ha pasado lo mismo.

-¡Y nunca es lo mismo! Como mucho, hemos experimentado algo que se parece un poco a lo que nos están contando. Es crucial que mantengamos silencio, que demos espacio al otro. Según un estudio de mi país, los médicos interrumpen de media al paciente 18 segundos después de que haya empezado a hablar. El mismo estudio asegura que si los sanitarios podemos estar callados lo que llaman el “minuto de oro” lograríamos saber mucho más en menos tiempo. Eso y formular las preguntas adecuadas. Pasa lo mismo en las conversaciones ordinarias. Podemos hacerlo bien, lo primero que tenemos que hacer es aprender a callar y escuchar.

-¿Cómo saber qué preguntas hacer y cuándo son demasiadas?

-La clave está en buscar un equilibrio. Un poco como lo que estás haciendo tú ahora. Seguro que vienes con una lista de preguntas para hacerme, pero cuando formulas la primera, la segunda ya va sobre mi respuesta. Así que la conversación se basa más en lo que tiene el otro en la cabeza y no en lo que hay en mi lista. La única pregunta que realmente puedes planear es la primera. Cada dos o tres cuestiones es bueno hacer una comprobación. Preguntar si lo que estamos entendiendo que nos cuenta el otro es acertado o no. Es como un baile, un vals.

-¿Los hombres y las mujeres hablamos distinto?

-Creo que todas las mujeres pensamos que se nos da mejor escuchar y conversar, pero no estoy segura de que sea verdad. Estamos menos incómodas ante los temas difíciles y los evitamos menos, aunque una vez metidos en harina quizá los hombres sean un poco más cínicos en cuanto a las emociones. Es cierto que cuando los hombres se reúnen son más dados a comentar hechos, noticias. Nosotras lo hacemos sobre sentimientos y sobre otras personas.

-Ja, ja. A veces podemos ser demasiado intensas y analizar por encima de nuestras posibilidades.

-Es importante saber leer el ambiente porque hay veces que es bueno charlar sobre cosas neutrales o divertidas. Cuando alguien lo está pasando mal en ocasiones lo que quiere es distraerse, no que le compadezcamos. Podemos caer en un comportamiento voyeurístico con el dolor y por eso es tan importante que la invitación a la conversación sea genuina. Y si la otra persona no quiere, no pasa nada. Perfecto. Ya sabe que estás ahí por si le hace falta. Lo demás es intrusivo.

-En el libro cuenta que después de su primera conversación difícil con la viuda de un paciente recibió un puñetazo. ¿Cómo ha evolucionado su escucha desde entonces?

-Para mí fue un punto de inflexión ver a aquella enfermera, Dorothy, estar al lado de aquella mujer tan alterada y ver cómo, literalmente, todo lo que hizo fue cogerla del brazo y hacerle preguntas. La pobre mujer se convirtió en otra persona cuando fue tratada de esta manera. Empezó a recordar cómo pasó su marido los últimos meses, trabajando como un loco, y gradualmente se dio cuenta de que sabía que iba a acabar matándose. No deberían haberme mandado a mí, la más joven, a hacer algo tan importante. En ese momento aprendí la importancia del contexto para dar una mala noticia, tal y como hizo Dorothy. Es algo que aplicamos durante la pandemia, aunque fuera por teléfono. Hacer preguntas sobre el paciente, cómo se sentía, cómo fue el proceso que le llevó al hospital... Manifestar nuestra enorme preocupación y comunicar que, seguramente, el desenlace iba a ser fatal. En lugar de llamar y espetar al familiar que la persona está muy grave.

-¿Hay que escuchar a la voz interior?

-Todos tenemos una narrativa interna que nos cuenta lo que está pasando, cómo somos... Muchos tienen una voz interior llena de confianza que les dice lo bien que lo han hecho, otros, en cambio, sufren un diálogo que les advierte de que tengan cuidado, que los otros se van a reír de ellos... La mayoría tenemos ambas y hacemos caso a una u otra y olvidamos que la otra está ahí también. Hay que buscarla y escucharla. Cuestionar lo que nos dicen ambas, no comprar el mensaje directamente.

Fuente: Jesús G. Feria/La Razón

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La neurociencia es la ciencia que estudia el cerebro, eso es lo que se piensa en general. Sin embargo, la neurociencia no solo estudia el cerebro sino también el resto del cuerpo. Nazareth Castellanos, licenciada en Física Teórica y doctora en Neurociencia por la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, lleva más de veinte años dedicada a la investigación científica de la actividad cerebral. Toda esta investigación la ha volcado en el libro 'Neurociencia del Cuerpo: Cómo el organismo esculpe el cerebro'.

Castellanos ha contado que hace 12 años comenzó a investigar la influencia del resto de órganos en el cerebro. "Me puse a repasar la medicina griega, en aquella época pensaban que la mente habitaba en todo el cuerpo. Después se produjo la separación entre cuerpo y mente y ahora estamos volviendo a casa", ha subrayado.

Un cerebro vagabundo

La neurocientífica cita un estudio de Harvard publicado en la revista Science que mostraba que el 47% del tiempo en el que una persona está despierta, su cerebro está en un estado de "vagabundeo", es decir, no está centrado en el presente. Este concepto está relacionado con reconocer la naturaleza espontánea de los pensamientos, esto es, que no son voluntarios. "En el cuerpo juega un partido entre lo voluntario y lo involuntario y nos pone en un papel de observador", ha indicado.

Castellanos lamenta que ese proceso de observación se lleva a cabo en pocas ocasiones. La neurocientífica reclama la observación como una propiedad del ser humano que hay que desarrollar mucho más. Asimismo, subraya que es imposible observarse a uno mismo "sin tener en cuenta la referencia del otro".

La neuróloga expone que existen varias vías de comunicación entre los cuerpos. "Cuando hablamos y nos miramos, las dinámicas de nuestros cerebros van a intentar asemejarse. El cerebro intenta replicar lo que hace el otro. Eso lo hace también la pantalla, pero en menor grado", ha asegurado.

Sincronización entre corazones

Otra de estas formas de comunicación es lo que Castellanos ha denominado "la sincronización entre la dinámica de los corazones". La neurocientífica remarca que es muy fácil conocer la dinámica del corazón utilizando electrodos. "No se sabe por qué, las dinámicas de los corazones de algunas personas se acompasan cuando interactúan juntas. Esto no significa que los corazones latan a la vez, sino que sus campos eléctricos se correlacionan de una forma significativa", ha explicado.

Castellanos ha apuntado que la correlación más fuerte se produce entre una madre y sus hijos, especialmente cuando se miran a los ojos. Asimismo, ha resaltado que, cuando hay que cuidar de los bebés en los primeros estadios de su vida, los padres pueden cambiar el ritmo del latido del corazón de sus hijos a partir de la respiración. "Mi hija percibe si yo he llegado respirando fuerte, con mucho estrés", ha subrayado.

La neurocientífica lamenta que, en una sociedad cada vez más avanzada en la que sabemos cómo manejar dispositivos tecnológicos complejos, no hayamos aprendido a cómo respirar de una manera distinta para calmarnos. Castellanos señala que el principal problema es que la respiración dominante es la bucal, que es más perjudicial que la nasal.